CARTA IV - Velando tus sueños
Roxana
Amada, te confieso que leo una y otra vez la hermosa carta, esa que dejaste en el lugar de siempre, escondida tras el ladrillo. Honrado me siento ante tus palabras y no pude contener una lágrima de felicidad al saberme tan amado por ti. Soy feliz cuando sé que eres feliz, esas palabras son tan ciertas como el mundo de amor que nos rodea. ¡Amor! ¡Amor!, divina palabra que nos lleva al lugar imaginado, a ese nuestro escondite, la góndola desde donde podemos mirar el cielo y la tierra, suspendidos en la verdad desnuda, tan desnuda como nosotros mismos. Allí eres tú y allí soy yo, sin las máscara que a diario exhibimos y que nos protegen...
Hace algunas horas te he visto de azul, de ese color que hemos construido en medio de la neblina que nos cubre, como aún lo hace con Beatriz y con el Dante. Voy desandando pasos en mis sueños, en ocasiones soy el niño que alguna vez fui y en otras el hombre que soy, pero en ambos casos la felicidad está latente, porque tu presencia está allí, omnipresente, cubriendo mis quimeras y sanando mis heridas...
¡OH! Amada Roxana... ¡Dama de mis anhelos! Elixir maravilloso que da vida... Habito en esa torre encantada, rodeada de espinas, donde espero con ansias tu ración de amor. Tengo hambre de ti, no lo niego. Vivo con tu etérea compañía, con el silencio de tus besos y contemplo ensimismado la gran labor de las arañas, que tejen su red mientras te pienso. Suenan a mi alrededor las trompetas del exilio y en mi cabeza juegan mil demonios con sus cartas marcadas, taladrando los conductos, pero ellos no podrán jamás impedir que te ame o que destierre tu rostro, tallado con el cincel dorado de tus besos.
Roxana, hoy he recorrido las habitaciones de tu cuerpo. Lentamente te he despojado de ese vestido azul y me he embadurnado con el rojo de tus labios. He sentido tu lengua recorrer mis espacios hasta llegar a esa pequeña muerte del amor. Al final, con la angustia infinita, te he dicho "hasta mañana", seguro de encontrar al despertar al alba el pañuelo rosado de tus temblores. Duermo hoy feliz de haberte amado hoy más que ayer, convencido de que mañana te amaré mucho más. Soy feliz, amor, porque tú lo eres. Continúa siéndolo para que así la dicha, mi dicha nunca acabe... ¡Hasta mañana, amada! ¡Déjame descansar en tu almohada! Velo tus sueños con mis sueños... siente la cercanía de mi rostro, mientras en silencio y sin que estés a mi lado... te beso.
Hércules Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac
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