Las Cartas de Cyrano de Bergerac

Hércules Savinien de Cyrano, Caballero de Bergerac, quizás el más romántico de los héroes conocidos. Supe de su existencia cuando mi madre me regaló el libro; tenía 12 años de edad. Han pasado más de 40 años y sigue siendo mi personaje predilecto. En mi carrera como escribidor de cuentos, hacedor de personajes y soñador empedernido, decidí utilizar tal nombre en su honor, y he tratado de ser lo más fiel posible a sus pensamientos.

miércoles, febrero 15, 2006

CARTA XX - Borges y yo... en los ojos del tigre.



Amada mía.
A partir de este momento, cuando celebramos la vigésima misiva, he decidido contarle algunas cosas de mi intimidad. En realidad son recuerdos de mi niñez, la que viví pegado al reino de los animales, allí, en El Paraíso, en la madriguera de los salvajes, en El Pinar de los mozalbetes... Señora mía, quizás no me creáis, pero os juro que fue allí donde os vi por vez primera, no una, sino muchas veces... ¿No me creéis? ... ¿Pensáis acaso que os miento? Pues tengo un testigo... así como lo oís, un testigo, un hombre que hoy ya no habla, pero que dejó mil palabras para que lo escuchásemos cuando fuese necesario. Para aclararnos lo que a veces no podemos explicarnos. Para que viéramos lo que él, con sus ojos ciegos, perdidos en la oscuridad, pudo contemplar como ningún otro ser humano lo ha hecho. He de regalarte mis andanzas con ese bello ser humano que me hubiese gustado conocer, con el que anduve por mil rincones, blandiendo siempre mi espada, sin haberme dado cuenta. Recién descubro que fue así, justo en el momento en que te pienso. Oíd Cielo, porque te hablo con el corazón del niño que fui y con los ojos del Borges que me acompañó en mi travesía. Cuando mi espada comenzó a servir a los deseos del amor...

La primera vez que le vi estaba contemplando al tigre de bengala. Sonaba su bastón contra los barrotes para llamar la fiera atención. Comía cotufas y yo me le acerqué lentamente. Colgó su bastón de los barrotes que apartan la jaula y extendió el paquete, sin mirarme siquiera. Tome las que pude con mis manos pequeñas, él me sonrió y me vio sin verme. Entonces me preguntó: ¿Tenés miedo? Le dije que no. ¡Deberías tenerlo! Me dijo. Le hice entender que el tigre nada podía hacerme, porque estaba encerrado. Me dijo entonces: ¡Mira a los ojos del tigre! ¡Míralos fijamente!... Fue entonces cuando entendí que en aquellos órganos felinos se escondía el cuerpo de una mujer. ELLA estaba en los ojos del hermoso animal salvaje, que era de verdad y no de trapo o de papel, como los de mi enciclopedia. Me dijo que el tigre, sus ojos y ELLA ya me habían sido presentados en el mundo de los arquetipos del viejo Platón. Luego me confundió más el señor Borges, porque me dijo que, según Schopenhauer, el tigre y yo éramos la misma cosa, la misma esencia, éramos la Voluntad... por eso no le temía al tigre. Luego me habló del jardín, ése donde los leones son esfinges y los lobos caminan en dos patas, un jardín con caballos alados que se distraen bebiendo en el río donde se baña el minotauro...

-- Señor Borges, y yo puedo jugar en ese jardín? –le pregunté.
-- Podés. Desde el mismo momento en que comiences a amar a la mujer que yace dormida en los ojos del tigre, el jardín será tuyo. Volarás hacia ELLA en la grupa del buen Pegaso, serás guiado a su madriguera por el conejo de Alicia. ELLA te ha de inspirar... Seguramente ya no respiraré, pero estaré a tu lado en, por lo menos las próximas 20 cartas de amor que le escribas... Eso hago, amada, comienzo a escribirle para relatarle mis andanzas con Borges por el mundo de la zoología fantástica. Despertará usted ante mi y podré besarla en su aposento, cuando en mis manos estén los ojos del tigre... Siempre suyo...

Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac

miércoles, febrero 08, 2006

CARTA XIX - Revolucionario amor



Cielo, debo pedirte disculpas al no atender a vuestros llamados en el mismo instante en que lo requerís. ¡Qué más desearía yo! Pero confío en que en algún momento ha de ser así. Mientras cavilo y remonto esos sueños blancos, como dicen que mi epónimo lo hacía en esos caballos alados, mantengo el ritmo de trabajo en la empresa que os he comentado y que vos conocéis muy bien. Me topo con el diario del protagonista, escrito en Bolivia antes de ser asesinado y leo un pasaje que me hizo remontar a mi época de estudiante. Ese ser humano, definitivamente humano, escribió esta frase: “Sepa usted que el verdadero revolucionario está formado por los más puros sentimientos del amor”. Pero, no prima, no es de política que deseo hablaros, es de amor, del más puro amor, de ese apasionado que cita en sus notas el guerrillero heroico, es el que siento por vos. Es mi amor por ti tan revolucionario como el que más... Quiero que sepáis, o mejor dicho, reiteraros, que eres mi oasis en medio de la batalla, que no he muerto porque tu presencia lo impide, que ninguna espada puede herirme porque estoy cubierto por el peto de tu dulzura. ¡Eres mi escudo! Blindado estoy ante los subterfugios de las hadas que pretenden atraparme. Y mira, que ya no sé cómo decirte que te amo, pienso que he de estudiar la escritura cuneiforme para dibujar en las paredes un nuevo abecedario con la soterrada intención de que dentro de muchos siglos, cuando ya no quede nada y la maldad lo haya barrido todo; cuando los nuevos habitantes se empeñen en descubrir el “dónde comenzó todo”, lean mis escritos y puedan decir que hubo un hombre que amó a su dama por encima de conveniencias y disposiciones...
Amada, mía, sólo mía, y siempre mía... te siento en este sábado absurdo de soledad. Hablo, río, camino y lloro en silencio, con esas lágrimas que no se ven, porque son internas y duelen como la esperma hirviente... que soy un cirio que se consume con lentitud y cuya llama calcina los deseos que yacen en mis entrañas. Quiero, amada, en medio de tus quebrantos, regar tus jardines con el amor que de mí brote, musitarte al oído el canto de los pajarillos e hilvanar las cuentas del deseo hecho realidad. Sentir tu cuerpo, amada, y tu bella presencia, besar las mariposas que adornan tu espalda y ahora mi brazo. Una mariposa azul, tan azul como ese nuestro cielo. Hoy es sábado, Cielo... un sábado que anuncia el festival de las máscaras, esas que confío en Dios, veremos en la Venecia de nuestras quimeras. Roxana, te amo mucho, y como tú dices... nunca demasiado

Siempre tuyo
Hércules Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac.

CARTA XVIII - Febrero 14


Amada, hoy es 14. Día de los enamorados... los comerciantes agregaron “y de la amistad” para aprovechar a los pobres indecisos que con una ofrenda “inocente” justifican el amor desesperado, pero quizás no correspondido. No los envidio y siento pena por ellos, porque alguna vez transité ese camino, lleno de zarzas y espinas, de piedras puntiagudas y cortantes, donde solo el vaho de la noche calma, cuando las lágrimas florecen y se pierden en la oscuridad. Nada mejor que una amistad para disfrazar la pasión... Pero hoy, 14 del segundo mes del año en que te amo, no disfrazo mi amor por ti. Porque es cierto, mi señora, no necesito días especiales para quererla, para amarla como se merece. No está hoy a mi lado... ¡Miento! ¡Claro que lo está! Porque cada rincón de mi pensamiento es suyo, porque no existen segundos que no vayan adornados con su nombre, ese que devora mis angustias cuando la sé distante... en ocasiones, le confieso, siento celos de los clérigos que oyen sus confesiones y se sienten con poder para absolverla. ¡De nada tienen que perdonarla! Usted no ha pecado nunca, usted sólo ama y ese es mandamiento del Todopoderoso. Yo, es cierto, más que su prójimo, soy ese que la ama y que deshoja las margaritas de su piel para culminar en “me ama”, porque no puede ser de otra manera.
Hoy es 14, prima. Día en que celebramos nuestra unión, día en que los ángeles permitieron que nuestros cuerpos se acercarán y se calcinaran de pasión. Día en que supe que era usted la mujer destinada. De un manotón ahuyentó los fantasmas, cortó los tallos que me aprisionaban. Ese día, amada, lo repito a cada instante. Todos mis días son suyos, porque en cada instante la celebro, porque es un acontecimiento el quererla como la quiero, porque las rosas palidecen cuando saben del perfume que exhala su cuerpo. ¡Dios! ¡Debo agradecer tu infinita bondad!... jamás pensé que ante la cercanía de la húmeda tierra pudiese yo, vil mortal, disfrutar de la dicha del amor... ese que no se acaba porque crece a cada instante... Pero, prima, no debemos ser egoistas, para no contrariar los acontecimientos y ver felices a aquellos que hacen de la tradición Ley... ¡Feliz día, amada! ¡Feliz día!


Siempre suyo
Hércules Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac

lunes, febrero 06, 2006

CARTA XVII – Carta para mis amigos: Mi ELLA es...


París, febrero 07


Nobles amigos. Hoy he decidido hablarles de Ella. Para hacerlo, utilizaré ese presente que no tengo, parte del pasado que no recuerdo y un futuro que desconozco. Me siento en la obligación de hablarles de Roxana, la mujer que cuida mis plantas y consuela mis angustias. Consciente estoy de que al hacerlo no les incomodo, porque sabedor soy del amor puro que vosotros le profesáis. En algunos de vuestros mensajes, donde me hacen saber que cruzan misivas con Ella, he percibido una apenada disculpa por amarla a sabiendas de que es mía, pero os digo que no siento celos, no anida mi pecho ese sentimiento, por el contrario, os agradezco que la amen de esa manera. Por ello, con esta carta sólo quiero retribuirles un poco de lo mucho que Ella me da; agradeceros por ese sentimiento tan casto que no admite egoísmos. No son bellacos quienes la aman, son nobles caballeros que lanzan su capa sobre el charco para que Ella pueda, con sus diminutos pies, cruzar la senda espinosa de las letras emocionadas de la pasión.
Amigos, puedo y quiero decirles, que el amor que Ella exuda en el presente, está bordado de ese hálito que sólo las buenas hadas poseen. Es... algo extraño. No se trata de una emoción más, como esas, las ya trajinadas en un tiempo que huye y se esconde, dejando marcas en mi rostro con su látigo indolente. No, sus sentimientos son inmensos, eso ya vosotros lo sabéis. Ella ama, ella adora, Ella comparte, Ella siente y Ella llora. Me cuenta de vosotros y cada uno de ustedes recibe de mi parte, al momento, una sonrisa de gratitud. Aquí les confieso que ELLA LLORA. Sobre todo eso, llora cuando ama, porque al igual que yo, no puede creer que se ame tanto. Y Ella ama así porque no sabe, no puede ni quiere amar de otra manera.
En el pasado, amigos, nobles amigos, Ella recibió las heridas del desamor. Transitó ese oscuro camino de la desesperanza. Los duendes perversos se solazaron en su dolor y hundieron el dedo en la herida que se resistía a cerrar. Ella... mi Ella, sonreía con los juguetes que no conoció. Se alegró con la alegría de los demás y sus papilas percibieron la dulzura del helado que saboreaba la amiga. Lloró y esperó, porque segura estaba de que algún día ese Dios que miraba y complacía a todo el mundo, tendría la amabilidad de fijarse en Ella, aunque fuese por un momento. Fue así como Ella comenzó a construir una buhardilla de cristal y allí, en silencio, encerrada en sus poemas, comenzó a tejer hermosos sueños, quimeras que se transformaron en palabras, lamentos que deambulaban por el espacio sin destinatario alguno. Sólo eran palabras, canciones hermosas para deleitar a la nada...
Del futuro, amigos, no puedo hablarles. Pero sí os puedo asegurar que Ella ha de ser feliz, aunque tenga yo que combatir con todos los fantasmas que acechan en la penumbra. La felicidad, ya se ha dicho, no existe en su totalidad. Es arena movediza que devora, puñal de acero que hiere, pero se es feliz cuando nos golpea el ramalazo del amor y Ella ama, mi Ella, es realmente feliz en los escalones hacia el futuro. Asciende, ataviada del azul que cubre nuestras ilusiones, lentamente hacia el sitial que no conoce. Alarga su mano hacia el caballero que la observa y besa con locura cada poro de su vida. Me conmina a ser el cochero de su existencia. La veo, la contemplo sin musitar palabra. Disfruto su rostro y descubro a la niña en su mirada. Va alegre por el camino escogido, sin importarle hacia dónde conduce el laberinto... Por todo esto, nobles amigos, les confieso lo que ya saben: YO AMO A ESA MUJER

Siempre de ustedes, amigos

Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac.

CARTA XVI - Premoniciones y reflejos


Amada

Me aconteció un hecho que de inmediato paso a relatarle. Ayer fui presa de una visión. Mientras pensaba en vos, me detuve a sorber el agua de ese lago que es mi vida, intentaba humedecer mis labios con la zábila amarga en que se ha convertido el fin de mis días. He sentido necesidad de mirar el reflejo y contemplar, una vez más, los recuerdos que trocaron en surcos, en tanto algunas miradas peligrosas persisten en la negativa de salir a pasear en los ojos ocultos que ya dejaron de seducir por temor a ser transformado en estatua de sal. Le confieso que allí, en un fondo que no divisé, estaba ese que fui, con todo su amor por la doncella de sus sueños. Vi la faz descarnada, riéndose de mis anhelos y de mis sueños. Me oculté entonces tras la capa y cerré los ojos para no ver el espectro, pero al bajar los párpados, se hizo presente la presencia con toda claridad. Me recriminó. “¿Qué teméis?”, me dijo. “¡A nada temo!”, respondí. De inmediato desenvaine el acero para hacerlo brillar en la oscuridad y ocultarlo en la humanidad del contrincante, pero ese que era yo, con sorna, con burla, desafiante y alejado, ubicado más allá del bien y el mal, sonrió y abrió su pecho para que el hierro atravesara la nada, porque no puede ser muerto quien ya lo está...
Eso me aconteció, amada prima, mientras pensaba en usted. Entendí entonces que su cuerpo es el lago donde me reflejo. Debe haberse percatado que al empalmar nuestras manos la contemplo en toda su inmensidad. Empeñado estoy en desandar los pasos para caminar a su lado, como desandan mis ojos al recorrer cada centímetro de su cuerpo, emocionándome en cada jadeo suyo... Amada Roxana, ya no soy ése que fui, bien lo sé, porque soy en los momentos lo que más nunca seré. La descarnada es el futuro incierto que se burla sardónicamente del amor que por usted siento, me recrimina y me dice que un ser humano no puede amar como yo la amo, porque corro el riesgo de morir en la congoja. Pero no abrigo temor alguno, ya no temo a nada, porque sus labios son el fuego que aviva la hoguera crematoria de mis huesos, como si carbones fueran. Cada crepitación que usted escuche, será el sonido seco del amor que quiere expandirse en las noches sin estrellas. Dicen que ellas acompañan a los amantes, pero no es ese nuestro caso, porque no puede brillar un lucero cuando la pienso a usted. Ellas, las estrellas, no tienen espacio ante su presencia, y sienten envidia... por eso gritan a los dioses para que se posen en mi mente y zahieran mis pensamientos.
Hermosa prima, esta carta la guardaba desde hace días en el borde de mi bota. Hay otra, pero cada letra debe nacer en su tiempo. Señora mía, no anda bien mi mente en estos días, los molinos de viento que persiguen a Don Alonso, parecieran estarme acechando, y yo no se luchar contra fantasmas, particularmente si estos se materializan tras el desconsuelo. Espinas aparte, sepa que la amo.

Siempre suyo.

Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac

jueves, febrero 02, 2006

CARTA XV - En esta mañana...


Amada
Esta mañana recién despierto y la realidad me lleva a tu rostro enmarcado en mi pensamiento. Lentamente me levanto, como lo hago todos los días, muy lentamente... espero que mi cuerpo se acostumbre a la vida de todos los días para accionarlo, buscar a oscuras las zapatillas e irme a la cocina para tomar café. Sí, ya sé que no me hace mucho bien la cafeína, pero de algo nos tenemos que morir, ¿no te parece? !Ey...! Cambia esa cara, no desencajes el rostro y bríndame muchos besos... ¿Sábes? Esta mañana te he pensado mucho, más que de costumbre, porque se trata de una mañana triste, enclavada en la frialdad de un diciembre triste... Sólo el pensarte me alegra, porque haciéndolo se revitaliza el porqué de mi existencia, el porqué de mi insistente permanencia en este mundo. He pensado tantas veces en despedirme para siempre... pero no lo haré, no tema. Ya te dije en un poema que le habías ganado a la "amiga" y no seré yo quien arruine tu triunfo... Esta mañana lo primero que hice fue repasar algunas notas de mi libro de cabecera, el del Creador, de "mi creador", el escrito por Rostand. Encendí el televisor luego y ¡Sorpresa!, proyectaban "Cyrano de Bergerac", con José Ferrer como protagonista, haciendo de Cyrano. Fue la primera versión y la disfruté. Lloré en cada palabra, particularmente en el final, cuando él le canta a Roxana la última noticia de la Gaceta:

"¡Tenéis razón! ¡Olvidé
que iba mi crónica haciendo.
Omití la conclusión.
...Sábado: por un villano
el caballero Cyrano
ha sido muerto a traición"

Esa parte, representa el canto de la muerte, es la derrota de la oscuridad. Digo que cuando canté mi pena morí a la vida, a esa nueva vida que hoy me das y que disfruto a cada instante. ¡Eres mi Roxana!, y no voy a morir a las puertas de un convento sin haberle gritado a todos los vientos que TE AMO... Esto amada, esto quería escribirte hoy, en Esta mañana que te amo tanto...

Hércules Savinien de Cyrano
caballero de Bergerac

CARTA XIV - Sufriré por los dos


Amada prima

Hago un alto en mis labores... Cortas han de ser mis palabras, pero siento que no debo aprisionar más la letra que cual acero candente, brilla por ser exhibida. Le comentaba a Budelaire que los seres humanos no debemos ser egoístas con nuestro amor. Porque, amada, pienso que el vulgo tiene derecho a disfrutar de nuestros murmullos, de absorber toda esa pasión que derramamos en nuestras citas, sentir cada letra como suya. Que los hombres se ilusionen pensado que son ellos los depositarios de sus cartas y que las damas de la corte lloren en la creencia de que quien las ama les habla a través de mi. Quiero que sepan, señores, que Roxana es la dama que pinta con palabras mis pasos; las dibuja y colorea con un azul intenso que sólo sabe ella mezclar, lo hace para evitar que pueda yo resbalarme en la contemplación de su hermosura.
Prima... particularmente hoy ha estado usted alejada. Pretende usted, hermosa mía, corregir ese su demasiado amor. Pues bien, dejaré que hagáis con mis sentimientos lo que os guste. Riegue usted, si le place, con besos rojos las flores sembradas en cada posesión, en cada vuelo de garza. Sé que mis labios quedaron grabados en la brillantez de su piel desnuda, tan desnuda como el alma y como mi cuerpo en la mañana dominical. Escribo a destiempo, quizás en forma incoherente, pero es que el sólo pensarle anula cualquier vestigio de raciocinio. Las espinas de sus manos van clavas en mi cuerpo. La amo, señora, qué más puedo decirle que ya no haya escuchado de este ser que la adora. Se le ha dicho que no ame tanto, porque tanta entrega lleva al sufrimiento. Tienen razón los aldeanos. Palabras ciertas, lo sé. ¡No quiero que usted sufra! Aminore entonces la intensidad en el sentimiento, si es que tal cosa es posible. Yo, en cambio, aumentaré la pasión y el delirio por tenerla. La amo, usted lo sabe, y sufro por amarla de ese modo, pero no me importa, porque por usted vale la pena el sacrificio... permítame entonces sufrir por los dos.

Siempre suyo

Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac

CARTA XIII - Aniversario



Amada Roxana

Anoche, para espantar los demonios que taladraban mi cabeza, leí la primera carta que os envié. Fue un día antes de vuestro cumpleaños y recordé que mañana, justamente mañana, cumpliremos un aniversario más en nuestras vidas. Pero mañana ha de ser otro día, yo quiero, como en esa carta y para revivirla, hablaros de esta noche, cuando la luna me acompaña para deciros muchas cosas. Por ejemplo, cómo os atrevisteis a juntar los deditos de vuestros pies con los míos, buscando unir nuestras rodillas argumentando que pegaba el frío y que debía yo arroparte con mis besos. Vi el amor en vuestro rostro y entonces fuisteis mía, como lo eres hoy y lo seréis siempre... ¿Sabes? Os confieso que cuando me mirabais, así, como lo estás haciendo en este instante, se me agotaba la vida, desvaneciendo distancias. Se me antojaba, como en este instante, quereros mucho más, y leeros en silencio algunos poemas de amor.
Esta noche me gustaría pasear con vos, y aunque resuene a perogrullada, hacerlo descalzo, sobre la arena mojada. Quizás os resulte obvio, pero es que no puedo ser de otra manera. Soy un libro abierto, sin escondrijos; lo sabéis muy bien. Nada oculto. Miles de amantes trotaron las playas del Mediterráneo sin zapatos por la arena, pues bien, también yo deseo hacerlo y... como no seremos los primeros, seguro que nadie lo notará.
Esta noche me sentaré a vuestro lado sin deciros nada. Mejor, me sentaré en cuclillas frente a vos. Lo haré para que extendáis las manos y palméis los surcos horadados en la piel por los labriegos de la experiencia. Sé que lo haréis con los ojos cerrados, porque decís que así podéis palparme en cualquier momento. Me sentaré entonces frente a vos, como tantas veces en la góndola.
Esta noche desearía... ¡No sé!, tal vez ir con vos a ver una obra de teatro. Una pieza clásica, de esas que he aprendido de memoria. Si estuviese en cartelera, me gustaría ver “Cyrano de Bergerac”, porque cuando mi epónimo recite sus versos, en realidad seré yo quien os hable al oído, quien os diga, por ejemplo: “Yo os quiero, yo me ahogo, yo sediento estoy de tu hermosura... ¡Yo te amo! No puedo más; deliro, desfallezco, que me entero me robaste el albedrío... Tu nombre está en mi corazón, bien mío, como en un cascabel!... y me enajena, y como de continuo me estremezco, constantemente el cascabel se agita, constantemente el dulce nombre suena. Todo lo que fue tuyo, de algún modo lo recuerdo, mi bien, pues lo amé todo. Diréis como la Roxana de la obra: Esto es amor... yo responderé: ¡Oh, sí! Este sentimiento, triste y reconcentrado, del amor más violento tiene todo el furor desesperado... Y en verdad os diría tantas otras cosas para hacer mío (aún más) el libreto de Rostand . Todo eso me gustaría hacerlo esta noche, para que mañana, en nuestro aniversario, sintieseis cómo os lacera mi amor.
Siempre suyo.

Hércules Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac

CARTA XII - Mariposa lunar


Roxana

Aparto mi pluma del pergamino para contemplar la superficie de esta luna llena que hoy nos cubre, amada. Caminaba en la noche, rumbo a ninguna parte, cuando una libélula multicolor, con ribetes azules, muy azules, se posó coqueta sobre mi hombro, y al contemplarla, descubrí que se trataba de una mariposa lunar que venía a regalarme tu sonrisa, moviendo suavemente sus alas como sueles hacerlo cuando me llamas. Abriendo sus extremidades para cobijarme, como sueles hacerlo cuando me amas...
Cielo amado, debes saber que las mariposa lunares son extremadamente delicadas. Ellas son portadoras de besos furtivos, de exquisitos almíbares, llenas de ansias. El zumo de la sensualidad... cariño en pasta. Si la observas algún día con detenimiento, verás que tus mariposas lunares se parecen a quien amas, porque las mías tienen el color de tu piel... y tienen lunares marrones, como los que cubren tu espalda.
Lo que más me agrada de estas mariposas lunares es la alegría que exhiben. Todas ellas sonríen y sus ojos se iluminan como faroles, hacen morisquetas, mueven la nariz... diría que son media payasas, pero es que así se comportan porque son amadas.
La mariposa lunar que me visitó anoche estaba llena de esperanzas. Al fin, se durmió en mi hombro y por un rato veló también mis sueños, porque igual que yo, te esperaba. Un cigarrón sacudió nuestros cuerpos, el mío y el de la mariposa lunar que de inmediato extendió sus alas y se marchó, no sin antes guiñarme el ojo una vez más, sacar la lengua y lanzarme un beso de lejos para, finalmente, acercarse temerosa y musitarme al oído que debía volar a tejer quimeras en la góndola donde duermes, llevar mis pensamientos a nuestro lecho... contemplarte desnuda de besos por este día, allí... en nuestra cama.

Siempre suyo.

Hércules Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac

CARTA XI - En silencio la amo


Amada Roxana

Inicio esta epístola con una pregunta: ¿Cómo responde este humilde amante su última carta de amor? La leo una y otra vez y observo su sonrisa y su mirada, esa que se pierde en el cielo azul que hemos creado. Porque ese azul tan nuestro es distinto al de otros. Cada cual tiene su dama de azul y lo festejo, porque así no tendrán que envidiarme la mía; la que teje con dorados hilos el futuro anhelante a su lado. Dios deberá permitir que descanse mi cabeza adolorida en su descubierto hombro, en tanto mi mano intente por siempre atrapar esa mariposa que pretende huir despavorida llevando unos ojos que no le pertenecen, porque son míos, sólo míos...

Cielo, con el respeto que me merece, debo contradecirle en alguna parte de su escrito. Le aclaro que usted no oyó tambores jadeantes, no. Lo que vuestros oídos escucharon fueron los gritos de un corazón desesperado por ser única y exclusivamente suyo. Ese que usted se ha ganado a pulso, rompiendo telarañas, rasgando velos, partiendo puertas y destrozando murallas. Las gaviotas de mal agüero huyeron, ya no están al acecho velando el pescado. Se llevaron lo que les pertenecía, marcando heridas que sanaron definitivamente. Dejaron lo mejor del postre en ese mar también azul que contrasta con la tenue luz que nos ilumina. Esa parte, lo mejor de mí, está en sus manos, querida prima. Haga usted con tal despojo lo que le plazca. Láncelo al océano, entiérrelo donde nadie lo halle, haga lo que le venga en ganas... a fin de cuentas, es suyo.

Antes de finiquitar la misiva, debo pedirle que prohíba a los volcanes la erupción de esa lava salada. Sólo mis manos han de recorrer su rostro. Las lágrimas, en ocasiones tan inoportunas, no deben tener cabida en nuestra alegría, porque es una emoción de regocijo la que siento cuando estoy a su lado, cuando en la distancia la escucho, al verla reflejada, desnuda y ardiente, en mis pensamientos, exhibiendo la brillantez de sus caderas, esa que me permite alumbrar la soledad de la estancia mientras Ravel me conmina a recordarle en el más exquisito momento del amor.

Y sí, la escuché, porque los cuatro vientos compitieron para llevarme, uno tras otro, la voz graba con sus palabras. Cuando descifré el mensaje y supe que me pensaba, baje la mirada y musité en silencio... ¡Cielo, yo también la amo!

Siempre suyo

Hércules Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac.