Las Cartas de Cyrano de Bergerac

Hércules Savinien de Cyrano, Caballero de Bergerac, quizás el más romántico de los héroes conocidos. Supe de su existencia cuando mi madre me regaló el libro; tenía 12 años de edad. Han pasado más de 40 años y sigue siendo mi personaje predilecto. En mi carrera como escribidor de cuentos, hacedor de personajes y soñador empedernido, decidí utilizar tal nombre en su honor, y he tratado de ser lo más fiel posible a sus pensamientos.

lunes, febrero 06, 2006

CARTA XVI - Premoniciones y reflejos


Amada

Me aconteció un hecho que de inmediato paso a relatarle. Ayer fui presa de una visión. Mientras pensaba en vos, me detuve a sorber el agua de ese lago que es mi vida, intentaba humedecer mis labios con la zábila amarga en que se ha convertido el fin de mis días. He sentido necesidad de mirar el reflejo y contemplar, una vez más, los recuerdos que trocaron en surcos, en tanto algunas miradas peligrosas persisten en la negativa de salir a pasear en los ojos ocultos que ya dejaron de seducir por temor a ser transformado en estatua de sal. Le confieso que allí, en un fondo que no divisé, estaba ese que fui, con todo su amor por la doncella de sus sueños. Vi la faz descarnada, riéndose de mis anhelos y de mis sueños. Me oculté entonces tras la capa y cerré los ojos para no ver el espectro, pero al bajar los párpados, se hizo presente la presencia con toda claridad. Me recriminó. “¿Qué teméis?”, me dijo. “¡A nada temo!”, respondí. De inmediato desenvaine el acero para hacerlo brillar en la oscuridad y ocultarlo en la humanidad del contrincante, pero ese que era yo, con sorna, con burla, desafiante y alejado, ubicado más allá del bien y el mal, sonrió y abrió su pecho para que el hierro atravesara la nada, porque no puede ser muerto quien ya lo está...
Eso me aconteció, amada prima, mientras pensaba en usted. Entendí entonces que su cuerpo es el lago donde me reflejo. Debe haberse percatado que al empalmar nuestras manos la contemplo en toda su inmensidad. Empeñado estoy en desandar los pasos para caminar a su lado, como desandan mis ojos al recorrer cada centímetro de su cuerpo, emocionándome en cada jadeo suyo... Amada Roxana, ya no soy ése que fui, bien lo sé, porque soy en los momentos lo que más nunca seré. La descarnada es el futuro incierto que se burla sardónicamente del amor que por usted siento, me recrimina y me dice que un ser humano no puede amar como yo la amo, porque corro el riesgo de morir en la congoja. Pero no abrigo temor alguno, ya no temo a nada, porque sus labios son el fuego que aviva la hoguera crematoria de mis huesos, como si carbones fueran. Cada crepitación que usted escuche, será el sonido seco del amor que quiere expandirse en las noches sin estrellas. Dicen que ellas acompañan a los amantes, pero no es ese nuestro caso, porque no puede brillar un lucero cuando la pienso a usted. Ellas, las estrellas, no tienen espacio ante su presencia, y sienten envidia... por eso gritan a los dioses para que se posen en mi mente y zahieran mis pensamientos.
Hermosa prima, esta carta la guardaba desde hace días en el borde de mi bota. Hay otra, pero cada letra debe nacer en su tiempo. Señora mía, no anda bien mi mente en estos días, los molinos de viento que persiguen a Don Alonso, parecieran estarme acechando, y yo no se luchar contra fantasmas, particularmente si estos se materializan tras el desconsuelo. Espinas aparte, sepa que la amo.

Siempre suyo.

Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac