Las Cartas de Cyrano de Bergerac

Hércules Savinien de Cyrano, Caballero de Bergerac, quizás el más romántico de los héroes conocidos. Supe de su existencia cuando mi madre me regaló el libro; tenía 12 años de edad. Han pasado más de 40 años y sigue siendo mi personaje predilecto. En mi carrera como escribidor de cuentos, hacedor de personajes y soñador empedernido, decidí utilizar tal nombre en su honor, y he tratado de ser lo más fiel posible a sus pensamientos.

jueves, febrero 02, 2006

CARTA XI - En silencio la amo


Amada Roxana

Inicio esta epístola con una pregunta: ¿Cómo responde este humilde amante su última carta de amor? La leo una y otra vez y observo su sonrisa y su mirada, esa que se pierde en el cielo azul que hemos creado. Porque ese azul tan nuestro es distinto al de otros. Cada cual tiene su dama de azul y lo festejo, porque así no tendrán que envidiarme la mía; la que teje con dorados hilos el futuro anhelante a su lado. Dios deberá permitir que descanse mi cabeza adolorida en su descubierto hombro, en tanto mi mano intente por siempre atrapar esa mariposa que pretende huir despavorida llevando unos ojos que no le pertenecen, porque son míos, sólo míos...

Cielo, con el respeto que me merece, debo contradecirle en alguna parte de su escrito. Le aclaro que usted no oyó tambores jadeantes, no. Lo que vuestros oídos escucharon fueron los gritos de un corazón desesperado por ser única y exclusivamente suyo. Ese que usted se ha ganado a pulso, rompiendo telarañas, rasgando velos, partiendo puertas y destrozando murallas. Las gaviotas de mal agüero huyeron, ya no están al acecho velando el pescado. Se llevaron lo que les pertenecía, marcando heridas que sanaron definitivamente. Dejaron lo mejor del postre en ese mar también azul que contrasta con la tenue luz que nos ilumina. Esa parte, lo mejor de mí, está en sus manos, querida prima. Haga usted con tal despojo lo que le plazca. Láncelo al océano, entiérrelo donde nadie lo halle, haga lo que le venga en ganas... a fin de cuentas, es suyo.

Antes de finiquitar la misiva, debo pedirle que prohíba a los volcanes la erupción de esa lava salada. Sólo mis manos han de recorrer su rostro. Las lágrimas, en ocasiones tan inoportunas, no deben tener cabida en nuestra alegría, porque es una emoción de regocijo la que siento cuando estoy a su lado, cuando en la distancia la escucho, al verla reflejada, desnuda y ardiente, en mis pensamientos, exhibiendo la brillantez de sus caderas, esa que me permite alumbrar la soledad de la estancia mientras Ravel me conmina a recordarle en el más exquisito momento del amor.

Y sí, la escuché, porque los cuatro vientos compitieron para llevarme, uno tras otro, la voz graba con sus palabras. Cuando descifré el mensaje y supe que me pensaba, baje la mirada y musité en silencio... ¡Cielo, yo también la amo!

Siempre suyo

Hércules Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac.