CARTA VIII - Caminaremos mañana
Roxana
Amada mía. Al extender el pergamino observo la vaciedad de mis letras, entiendo el reto de escribirle en este día, cuando presiento el umbral de su presencia. Pienso, amada, en ese mañana que nos deparará el instante, que no la vida, porque esa ha tenido ya la amabilidad de regalarme el dulce privilegio de tenerla a mi lado.
Al cantarle mis versos, que más que poemas son lamentos, prima adorada, sepa usted que cada estrofa va adornada con su imagen, con su perfume, con sus besos, con ese amor descarnado y violento que suele entregarme en cada encuentro. En mis palabras subyace, en letras doradas, su santo nombre, amada Roxana. Devuelvo con ellas una furtiva lágrima emocionada ante la ausencia física, porque sé que en espíritu me arropa con el amor candente que despide cada espacio de su cuerpo, tan mío como siempre.
Mi Señora, debo confesarle que siento gran regocijo al saber que mañana deambularemos juntos por la arena; tanto, que mi corazón maltratado apenas logra el oxígeno en cada palpitación. Mañana haremos de ese inmenso sitio, hasta ahora tan de otros, algo verdaderamente nuestro, íntimo, donde los espacios han de quedar impregnados de nuestro ser, laceradas las plantas con nuestras miradas y contaminado el ambiente con el trotar de nuestro amor. Hemos de apurar el paso y quedarán los caminos sellados con nuestras huellas, en relieve nuestras pisadas alegres y esperanzadas; trazaremos la ruta de interminables horas para luego, sin ninguna tristeza, ahítos siempre de esa felicidad que nos acompaña, alejarnos tan enamorados como novios quinceañeros y despedirnos con ese beso que siempre, siempre, ha de saber a fresas con miel...
De usted, siempre suyo.
Hércules Savinien de Cyrano
caballero de Bergerac
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