Las Cartas de Cyrano de Bergerac

Hércules Savinien de Cyrano, Caballero de Bergerac, quizás el más romántico de los héroes conocidos. Supe de su existencia cuando mi madre me regaló el libro; tenía 12 años de edad. Han pasado más de 40 años y sigue siendo mi personaje predilecto. En mi carrera como escribidor de cuentos, hacedor de personajes y soñador empedernido, decidí utilizar tal nombre en su honor, y he tratado de ser lo más fiel posible a sus pensamientos.

martes, enero 31, 2006

CARTA X - Fantasía


Roxana

Prima adorada. Apenas llegué a mis aposentos abandoné el jubón y la capa en un rincón para recostar mi cuerpo cansado en el mueble de las confesiones. Así llamo yo a una vieja y mullida poltrona ubicada en el umbral de la puerta del patio, guarecida de la lluvia por un techo de vidrio, para así contemplar las lágrimas de Dios cuando éste decide llorar. Desdichadamente, no sé quién ha de contemplar mis perlas, porque dicen que Dios está en la cúspide y no sé llorar en sentido contrario. ¡Ya hubiese inundado el Universo!
Bien, disculpe usted que me aparte del objetivo de esta epístola. El caso es que encendí la hoguera de mi pipa de espumas de mar y me senté en esa poltrona para dar rienda suelta a mis pensamientos, donde usted es la protagonista de la novela, la heroína, porque todas mis neuronas segregan el amor que siento por usted, siempre por usted...
Amada, le cuento que estando en ese trance comenzaron a surgir imágenes fantásticas que me sobresaltaron. Pasó una jirafa y bajo su cabeza para lamerme la nariz. Me hizo morisquetas, tal como lo hace usted... Luego cruzó la verja una corte de cebras, con su piel blanca y rayada. Cuando se alejaron dejaron ver sus ancas, anchas y brillantes, hermosas, definitivamente hermosas... y yo la recordé a usted. Un conejo me mostró sus ojos y sus dientes, movió su nariz y alborotó su cola. Me hizo un guiño y se alejó rápidamente, volteando a mirarme de vez en cuando... y yo la recordé a usted. Finalmente apareció una yegua nívea que portaba en la frente el signo del unicornio. Me acerqué con sigilo para evitar que huyera, tomé su cabeza y besé su testuz. El mítico ejemplar temblaba entre mis manos... y yo la recordé a usted. Al final todos se fueron y me dejaron solo. El humo de mi pipa de espumas de mar dibujó las formas de una mujer hermosa, de una mujer que desnuda de maldad, pura en todas sus formas... era usted. Estuve entonces convencido de que en ese momento, tal como en este instante, la dama de mis anhelos me estaba pensando. Igual como yo la pienso a usted...

Siempre suyo

Hércules Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac