CARTA XX - Borges y yo... en los ojos del tigre.
Amada mía.
A partir de este momento, cuando celebramos la vigésima misiva, he decidido contarle algunas cosas de mi intimidad. En realidad son recuerdos de mi niñez, la que viví pegado al reino de los animales, allí, en El Paraíso, en la madriguera de los salvajes, en El Pinar de los mozalbetes... Señora mía, quizás no me creáis, pero os juro que fue allí donde os vi por vez primera, no una, sino muchas veces... ¿No me creéis? ... ¿Pensáis acaso que os miento? Pues tengo un testigo... así como lo oís, un testigo, un hombre que hoy ya no habla, pero que dejó mil palabras para que lo escuchásemos cuando fuese necesario. Para aclararnos lo que a veces no podemos explicarnos. Para que viéramos lo que él, con sus ojos ciegos, perdidos en la oscuridad, pudo contemplar como ningún otro ser humano lo ha hecho. He de regalarte mis andanzas con ese bello ser humano que me hubiese gustado conocer, con el que anduve por mil rincones, blandiendo siempre mi espada, sin haberme dado cuenta. Recién descubro que fue así, justo en el momento en que te pienso. Oíd Cielo, porque te hablo con el corazón del niño que fui y con los ojos del Borges que me acompañó en mi travesía. Cuando mi espada comenzó a servir a los deseos del amor...
La primera vez que le vi estaba contemplando al tigre de bengala. Sonaba su bastón contra los barrotes para llamar la fiera atención. Comía cotufas y yo me le acerqué lentamente. Colgó su bastón de los barrotes que apartan la jaula y extendió el paquete, sin mirarme siquiera. Tome las que pude con mis manos pequeñas, él me sonrió y me vio sin verme. Entonces me preguntó: ¿Tenés miedo? Le dije que no. ¡Deberías tenerlo! Me dijo. Le hice entender que el tigre nada podía hacerme, porque estaba encerrado. Me dijo entonces: ¡Mira a los ojos del tigre! ¡Míralos fijamente!... Fue entonces cuando entendí que en aquellos órganos felinos se escondía el cuerpo de una mujer. ELLA estaba en los ojos del hermoso animal salvaje, que era de verdad y no de trapo o de papel, como los de mi enciclopedia. Me dijo que el tigre, sus ojos y ELLA ya me habían sido presentados en el mundo de los arquetipos del viejo Platón. Luego me confundió más el señor Borges, porque me dijo que, según Schopenhauer, el tigre y yo éramos la misma cosa, la misma esencia, éramos la Voluntad... por eso no le temía al tigre. Luego me habló del jardín, ése donde los leones son esfinges y los lobos caminan en dos patas, un jardín con caballos alados que se distraen bebiendo en el río donde se baña el minotauro...
-- Señor Borges, y yo puedo jugar en ese jardín? –le pregunté.
-- Podés. Desde el mismo momento en que comiences a amar a la mujer que yace dormida en los ojos del tigre, el jardín será tuyo. Volarás hacia ELLA en la grupa del buen Pegaso, serás guiado a su madriguera por el conejo de Alicia. ELLA te ha de inspirar... Seguramente ya no respiraré, pero estaré a tu lado en, por lo menos las próximas 20 cartas de amor que le escribas... Eso hago, amada, comienzo a escribirle para relatarle mis andanzas con Borges por el mundo de la zoología fantástica. Despertará usted ante mi y podré besarla en su aposento, cuando en mis manos estén los ojos del tigre... Siempre suyo...
Savinien de Cyrano
Caballero de Bergerac